APUNTES SOBRE LA SITUACIÓN POLÍTICA EN ESTADOS UNIDOS Y LAS PERSPECTIVAS DE LOS SOCIALISTAS NORTEAMERICANOS
Por Tom Wojcik, Dieter Lehmann Morales y Luisa Martinez
Integrantes del Comité Coordinador del Comité Internacional de los Socialistas Democráticos de América (DSA)
Mientras las discusiones sobre las elecciones intermedias de mitad de mandato siguen dominando el discurso político en Estados Unidos, en todos los debates surge la misma pregunta: ¿tienen los demócratas lo que hace falta esta vez para ganar? No fue la exuberancia juvenil de Biden lo que le hizo ganar la presidencia, por supuesto, sino el miedo y el rechazo rotundos del público a lo que cree que representa Trump. Sin embargo, está por verse lo que el Partido Demócrata estadounidense tiene que ofrecer como alternativa.
El anuncio de esta semana del plan de Biden de la condonación parcial de la deuda estudiantil fue visto en general como una medida positiva para el país. Sin embargo, el presidente de la organización africano-americana moderada NAACP, Derrick Johnson, criticó al presidente por no ir lo suficientemente lejos. Johnson exigió un mínimo de 50 mil dólares de condonación de deuda individual porque los votantes negros y latinos están tan desproporcionadamente agobiados por la crisis de la deuda estudiantil y la desigualdad de ingresos que se necesitaría al menos esa cantidad para abordar de manera significativa la brecha de riqueza racial.
Aparte de la condonación de la deuda estudiantil, los demócratas no han ofrecido mucho más. La inexplicablemente llamada Ley de Reducción de la Inflación, que ha recibido elogios por ser la mayor inversión en energías renovables jamás aprobada por el Congreso, hace poco por proporcionar alivio económico a los estadounidenses de clase trabajadora, y desde luego no antes de las elecciones primarias. En parte, esto se debe a que el Partido Demócrata se dejó secuestrar por el barón del carbón, el senador Joe Manchin, de Virginia Occidental.

¿Cómo le va al movimiento de Trump en comparación? Hay un par de hechos que son difíciles de ignorar. De los 10 republicanos moderados que votaron a favor de la destitución de Trump, sólo dos ganaron sus primarias. La más famosa en perder su escaño fue la congresista Liz Cheney, de Wyoming, y vicepresidenta del Comité del 6 de enero, mientras investiga el papel de Trump en la fallida insurrección en la capital.
Trump apoyó recientemente a 30 candidatos, 28 de los cuales parece que han ganado o están ganando sus elecciones primarias o escaños. Se trata de políticos que promovieron “la Gran Mentira”, una teoría repetidamente desacreditada que afirma que Trump de hecho ganó las elecciones de 2020. Por último, de los 27 estados que celebran elecciones a Secretario de Estado, casi la mitad tienen candidatos que cuestionan si Joe Biden en efecto ganó las elecciones presidenciales. Estos puestos determinarían el acceso al voto y controlarían la financiación de las elecciones.
Si este último mes nos ha demostrado algo, es que lo que ha producido el movimiento Trump es mucho más preocupante que el propio Trump. El actual gobernador de Florida, Ron DeSantis, es un claro ejemplo de ello. Se trata de un hombre que firmó con entusiasmo el proyecto de ley de educación anti-gay que prohíbe comentarios y debates en las aulas sobre orientación sexual o identidad de género.
DeSantis también ha utilizado el poder del Estado para atacar a los críticos y defendió la legislación conocida popularmente como la Ley Stop Woke, que impedía a las empresas privadas obligar a sus empleados a asistir a cursos de formación sobre la diversidad, un proyecto de ley que recientemente fue declarado inconstitucional por un juez del Estado. Es de esperar que sea el candidato a gobernador de Florida elegido por el entonces presidente Trump, que grabó un anuncio de campaña en el que enseña a su hijo pequeño a “construir el muro” utilizando ladrillos de juguete.
Y como en las elecciones de 2020, el mensaje más prometedor que los demócratas pueden dar al público votante es que no son el Partido Republicano. Con poco que mostrar desde 2020, ciertamente no está garantizado que esto sea suficiente. Dicho esto, ha habido destellos de esperanza estimulados por la reacción popular a la anulación de Roe v. Wade por parte del Suprema Corte.

Gracias a los esfuerzos de los activistas por el derecho al aborto que hicieron campaña puerta a puerta, los votantes de Kansas rechazaron por un 57% una iniciativa para eliminar la protección del aborto de la constitución estatal. Del mismo modo, la reciente y sorprendente victoria del recién elegido congresista Pat Ryan en Nueva York demuestra hasta qué punto los demócratas de un distrito indeciso pueden motivar a sus bases cuando se centran en el derecho al aborto. Pero la pregunta sigue siendo si el miedo a la extrema derecha es suficiente para evitar que Trump y compañía ganen un cargo electo.
A pesar de los esfuerzos de la administración Biden por mejorar algunas de las cualidades más macabras del capitalismo, la eficacia a largo plazo de las políticas de Biden deja mucho que desear.
También cabe señalar que no hay mucha diferencia entre los partidos demócrata y republicano en lo que respecta a la política exterior. Mientras que muchos afirmarían que la política exterior de EE.UU. fue mucho más imprudente y gratuita bajo la administración de Trump, su sucesor en la Casa Blanca parece haber hecho sólo pequeñas revisiones a las políticas exteriores que heredó.
Por ejemplo, en lo que respecta a la inmigración, también se ha mantenido el programa del Título 42, que otorga al gobierno estadounidense la autoridad de expulsar a los migrantes antes de que puedan solicitar el asilo si emigran de un país asolado por el COVID-19. Incluso la separación forzosa de los niños de sus padres en la frontera continúa sin cesar.
Mirando más allá de nuestra frontera sur, las relaciones entre Estados Unidos y nuestros vecinos latinoamericanos bajo el mandato del secretario de Estado Antony Blinken no han sido tan diferentes de lo que fueron bajo el hombre de Trump, Mike Pompeo. Si bien Biden ha revertido algunas políticas de la era Trump en torno a Cuba, por ejemplo, la administración actual no ha revertido completamente el acercamiento que vimos bajo la administración de Obama. El turismo estadounidense a Cuba sigue estando prohibido, al igual que los viajes a la isla con fines educativos.
En otros lugares del continente, la administración Biden sigue manteniendo que Juan Guaido es el presidente legítimo de Venezuela.
En Nicaragua, el Departamento de Estado estadounidense ha impuesto sanciones al gobierno de Daniel Ortega por considerar que las elecciones celebradas en ese país fueron una farsa. Y en Brasil, donde Lula está a punto de volver al poder y desbancar a Jair Bolsonaro en las elecciones de este año, existe el temor de que EE.UU. pueda dar legitimidad a un intento de Bolsonaro de aferrarse al poder en caso de que pierda las elecciones, como se espera que ocurra. Tanto es así que ha llevado al senador Bernie Sanders a presentar una legislación que garantice que EE.UU. reconozca al ganador de las elecciones para evitar que se repita lo ocurrido el 6 de enero en Brasilia.

El manejo de la administración Biden de la actual guerra ruso-ucraniana también tiene serias implicaciones no sólo para América Latina, sino para el mundo entero. Por un lado, la administración Biden ha comenzado a cambiar su tono sobre Venezuela para aliviar el alto costo del petróleo precipitado por las sanciones económicas internacionales sobre el petróleo y el gas rusos. Pero, por otro lado, el tratamiento de Estados Unidos del conflicto como una guerra proxy entre la OTAN y Vladimir Putin puede tener implicaciones peligrosas -y mortales- para todo el planeta. Esto también tiene implicaciones de gran alcance que van más allá de México y América Latina.
La verdad es muy clara: el modelo capitalista neoliberal defendido por el Partido Demócrata no tiene ni la capacidad ni la convicción para resolver la crisis política que representa Trump. Esta nueva emergencia política, esta variedad trumpista del populismo de derecha estadounidense, no se ha detenido con la derrota de Trump en las urnas en 2020. A medida que la calidad de vida disminuye y el cambio climático global crea escasez de recursos, el orden mundial neoliberal se erosionará y es posible que el trumpismo siga llenando el vacío a menos que la izquierda pueda presentar una alternativa viable.
A pesar de los desafíos, deberíamos animarnos con el hecho de que el socialismo en todo el mundo está tomando un nuevo aliento. Con la popularidad de figuras como el senador Bernie Sanders y la representante Alexandria Ocasio-Cortez, el socialismo estadounidense está en ascenso y es tan popular como lo ha sido nunca para los jóvenes.
Del mismo modo, la inspiradora serie de victorias electorales en América Latina en países como México, Perú, Chile, Colombia y Venezuela, han dado lugar a una nueva Marea Rosa que está tomando el mundo por sorpresa. A medida que la derecha radical asciende, son los socialistas los que han tomado el manto de la construcción de un mundo mejor y de la derrota de la marea fascista.
Organizaciones como los Socialistas Democráticos de América (DSA) están profundamente comprometidos con la curación de las heridas que han sido exacerbadas por el trumpismo, así como por décadas de política exterior estadounidense hostil y de violencia institucional contra las comunidades del sur global. Aunque el racismo y la xenofobia son herramientas políticas fascistas útiles, no empezaron con Trump y el hecho de que muchas políticas de la era Trump sigan siendo implementadas por la administración Biden lo dice todo.
Nuestra solución es la reestructuración completa de un sistema que hizo posible a Trump. Nuestra solución es la construcción de una sociedad equitativa que ataque la desigualdad de raíz, en lugar de repartir políticas débiles. Ofrecemos una visión del socialismo que está arraigada en la solidaridad con movimientos similares en todo el mundo y, como socialistas, no exigimos nada menos.